Un mendigo sentado en la vereda. Sin pensar, saqué una moneda y se la puse en su gastada mano, casi sin mirarlo. De prontó me agarra el brazo con inusual fuerza. Me hace bajar hacia él y me dice:
Ya me tengo que ir de este mundo, sos la única persona que me prestó atención, te he elegido para transmitirte una Verdad, una Ley que nadie conoce en este mundo.
Cuando lo miro a los ojos, los veo transformarse en algo brillante, profundo, sabio… Oigo retumbar en mi cabeza el sonido de los tiempos, de engranajes gigantes, de infitas olas golpeando miríadas de granos de arena, y una frase parece iluminarme por dentro, como palabras grabadas en inmensos fuegos boreales afloran y dicen: